La última copa.
Cuando quedamos solos, me invitó a una última copa y nos sentamos guardando las distancias.
Esa noche, tenía el convencimiento que debía marcharme, que aquello era una encerrona y que no podía terminar bien, pero no pude hacerlo. Aunque estaba decidido a dejarla el calor de hogar pudo más que el resentimiento.
Estábamos conversando, cuando apoyó su cabeza en el respaldo del sofá y solo sé que sus labios se entreabrían jugueteando con la lengua, chasqueando el aire, incitando a los míos a seguirla el juego de cerca. Mi boca se enterró en sus labios, empezamos a acariciarnos, a sentirnos , y ya no pudimos parar.
Aquel beso se convirtió en pasión, en una extraña conexión que encendió la hoguera. Me subí encima, para poder mirarle a los ojos mientras le besaba.
Sus delicadas manos agarrando mis nalgas, dibujando mi cuerpo, al tiempo que con un movimiento acompasado marcaban el ritmo que ella deseaba que siguieran mis caderas. Noté sus manos escarbando entre los botones de mi camisa y de como, con particular sensualidad, acariciaba mi pecho, aún vestido, buscaban el contacto con mi piel.
Mi cuerpo sudoroso no podía dejar de moverse sobre ella, rozándole en su entrepierna, enloquecido por el deseo. Sentí su excitación y el jadear de su pecho ya desnudo junto a los míos. Me levantó y cogiéndome de la mano para llevarme a la cama. Solo sé, que en aquel momento, pensé que aquella era mi última posibilidad de huir. Pero, en un trance, decidí quedarme. Y allí, entre besos, me perdí.
En la habitación, empezó a desnudarme ansiosa mientras caíamos en la cama. Quería mi cuerpo desnudo, y develar la dulzura de mi sexo, al tiempo que se iba quitando la prenda que cubría su sexo. Se aferró a mí y suavemente, me invitó con todo su cuerpo. Posándose encima de mí, rozándonos piel con piel, como ambos habíamos querido desde el primer momento.
Le sentí, allí, palpitante y deseosa de mi sexo, hasta que finalmente, con un simple movimiento, subió su vestido, dejando su sexo al descubierto y dejándose caer.
Sin dejar de besarme, dulcemente me quitó el bóxer, ávida de aquel placer que únicamente yo podía proporcionarle. Me sentí, gimiendo sin control alguno cuando ella, con uno de sus dedos rozó la cabeza de mi erguido tronco, llevándose parte de mi excitación y de mi humedad a su boca. Todas mis ansias concentradas en mi sexo palpitante que se erguía para recibirle. Y sin apenas darme tiempo, se montó en mi dejándose penetrar con fuerza, con aquella fuerza y decisión que tanto llegó a gustarme. Encendiendo por momentos, el deseo que minutos antes ambos habíamos contenido. Notando como mi sexo encajaba perfectamente dentro de ella, follándonos salvajemente sin ser capaces de detenernos.
Nos dejamos llevar, descontrolando nuestros movimientos, nuestro ritmo, nuestra excitación. Mi piel quemaba, su jadear resonaba y nuestros sexos ardían entre aquellas mareas de infinito placer. Le miré a los ojos y me fuí en su mirada. Su cuerpo me apresaba. Intuí que no sería capaz de reprimirme. Mis labios se apretaron, mientras mi mente se perdía. Mi jadear se volvió más intenso. Unidos por esa excitación, nuestros cuerpos explotaron en un intenso orgasmo. Juntos, acompasados y unidos. Sentí cómo su elixir, me mojaba dentro, al tiempo que calmaba finalmente mi sed y mi ganas de dejarla.
Juan de Marco.
Comentarios
Eres fiel a tu visión y eso me gusta mucho.
Un beso :-) y feliz fin de semana.
Abrazos
Un abrazo.