La entrega

Me detuve a contemplar por algunos instantes su cuerpo, su piel, mientras bailaba desnuda detrás de las cortinas,  jadeando, invitando a la lujuria, que hasta ese instante, había bloqueado en mi cabeza.

Estiré las manos para alcanzarla, perdiéndose mis dedos sobre sus caderas, bajando por sus nalgas vestidas de gaza, sintiendo como el sudor de su sexo lo mojaba todo, suavemente, derramando los hilillos espesos que  untaban  mis dedos, dibujando finas y húmedas telarañas. 

No había otro camino, no había retorno. No había posibilidad de evitarla, le abrasé a embestidas, que fueron transformando sus gemidos en jadeos, y sus juegos en placeres.

Sentí como se retorcía estando yo dentro, como suplicaba, estaba acumulada. Vestida de deseos y fantasías desde que me espiaba hacía tanto tiempo, sin pudor expuesta a mis deseos. 

Y entre temblores, y labios apretados, dejó que me perdiera dentro de ella, soltando sus nalgas y suplicando rudeza. 

Fui derramándome dentro, como un volcán en erupción, llenando cada rincón. Doblado sobre sus caderas, mordí su espalda como un felino en celo, apoderándome de todo, y embistiendo con furia, hasta derramar la última gota, donde el sudor y los sumos se juntaban,  para abrirse al más exquisito de los placeres, como el más refinado de los licores , donde los frutos probados nos llenaban el alma. Sucumbimos hasta quedar tirados sobre la alfombra, ya sin aliento, mojados en sudor,  entre suaves embestidas y besos mojados.

Juan De Marco.