Disoluta.
“Hay noches en que los lobos están en silencio y solo la luna aúlla”. George Carlin.
Apareció vestida de gasas verde olivo, donde su figura se dibujaba perfecta, mostrando toda su belleza, de una mirada intensa de verdes y amarillos, tan fija y profunda como el abismo que la habitaba. Sus senos esculpidos se dibujaban agudos y adornados de oscuros casquillos brillando en el jugo transparente del néctar que escapaba de ellos. De entre ellos, caía un largo collar de perlas que bajaba acariciando su piel abismalmente bella.
Las perlas jugueteaban con las forma de su vientre, bailando sobre su ombligo, para perderse entre sus piernas maravillosamente esculpidas, hundiéndose en su vulva, hasta perderse todo el vestigio de sensaciones que provocaban para emerger entre sus nalgas, hacia sus caderas, donde dos delicados hilos de seda las sujetaban a su cintura.
Cada paso, las perlas se dibujaban y movían acariciando el interior de su sexo, invitándolas a bailar en su interior, causando ligeros gemidos y jadeos que escapaban de su boca, susurrando entre sus labios delicados silbidos que flotaban dentro de mis oídos.
Cerré los ojos por un instante y cuando los abrí, sus largas pestañas enmarcaron su mirada invitándome a acercarme a ella seducido por sus labios, mientras el vestido de gaza resbalaba por su vientre, hasta caer enarbolado en el piso de nubes que nos sostenía.
Mis manos se perdieron en su cintura, después de acariciar los delicados senos que se endurecían entre mis dedos y bajaron por las cuencas de perlas para hacerlas girar dentro de ella, mientras sus carnes se retorcían por el placer que le causaban. Sus labios se entreabrieron murmurando besos húmedos que dejaban escapar el deseo entre sus labios, mientras mis dedos se perdían con las cuencas perladas entre sus labios vaginales que temblaban, sin controlar, el éxtasis que le despertaba. Desde el infinito interior, ligeros y tibios caudales corrían entre mis dedos.
La sentí caer gimiendo de rodillas, y entre los jadeos que producían, sus labios se abrieron para recoger y envolver mi sexo entre sus labios...
No tardo en bañarse con los zumos de mi esperma, mientras mis ojos se abrían para despertar mojado y enredado entre las sabanas.
Había sido una noche agitada, y aún sentía el aroma de sus cabellos en mis manos, mientras mi cuerpo sudado, acusaba un sueño del que nunca terminaría de despertar. Ella era, "Una Diosa del Deseo, disoluta, desinhibida y dispuesta a aparecer a los solitarios, que sepan como convocarla."
Juan de Marco.
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Comentarios
Que intenso el relato, como la descripción de la Diosa del Deseo.
Me acordé de tu estilo de escribir, cuando escribí este argumento.
Saludos.
Juan de Marco.
Por el deseo. Un abrazo
Un abrazo.
AbrZo gustab
Besos.
Decirte que la frase con la que encabezas el relato me parece maravillosa así que, con tu permiso, me la llevo pues no la conocía y me ha encantado.
Respecto al texto, tan en tu órbita, me ha recordado a un súcubo, con esa sensualidad y belleza incandescente que hipnotiza y atrapa.
Los sueños lúcidos son geniales. Una vez coges la técnica o bien, es algo natural de uno, son una experiencia increíble.
Un beso enorme.