Encajes Húmedos

La miraba mientras sus dedos buscaban con afan bajo los encajes. La humedad empezaba a florecer en la delicada tela de seda que cubría el tesoro depilado delicadamente. Me detuve para no molestar, mientras bajo mi pantalón despertaba el adormecido animal que se había mantenido inactivo por muchos días. 
Su vientre serpenteaba libre y mojado, sus labios susurraban ligeros gemidos, y por sus comisuras, corría un hilo de saliva que serpenteaba por su cuello. Desaté el cinturón, y  bajé los pantalones en silencio. Sabía que arriesgaba mucho en esa acción temeraria, nos conocíamos, pero nunca para intimar, sólo era su corredor, y ella aunque coqueteaba cada vez que nos juntábamos a ver una casa, nunca habría sugerido nada. 
No me detuve, y sin pensar el riesgo que corría, entré desnudo en el cuarto. Sus manos se detuvieron, y sin salir de la pequeña prenda, y con los dedos aún ahí, me miró a los ojos. Sus labios no dijeron palabra alguna, y como el silencio otorga, me acerqué a ella, abrí sus piernas y me dejé caer entre ellas. Sus senos estaban hinchados, sus pezones, eran verdaderas perlas a punto para cultivar. Mis manos rodearon sus senos, mientras mis labios se fueron a untar de aquellas perlas humedecidas por la impresión. Sus manos se abrieron, y sus brazos se agarraron del respaldo de la cama, y bajé por su vientre para sentirlo temblar. Su respiración pareció detenerse en el tiempo, y mi boca se fue a posar sobre la delicada prenda de seda empapada. Con mis dientes agarrados al elástico que lo sujetaba, se dejó deslizar entre sus muslos, para terminar de desgarrar con mis dedos. No me dejaba beber de su jugo que corría entre sus piernas, mientras se iban cubriendo de brillo sus vellos púbicos.

Se dejó llevar, mientras sus piernas desnudas se habrían a los deseos de este inesperado amante. Bebí hasta lo más profundo de su ser, separé sus labios vaginales entre besos y caricias, dejando mezclar mi saliva con sus fluidos, mientras mi dedo índice, buscaba entre sus nalgas entrar. Su cuerpo se retorcía entre gemidos de placer, y sin respetar su dolor, enganche mi dedo como un garfio en su interior, como queriendo encarcelar su sexo a mis deseos. Ese gancho no la dejaba separar su vagina de mi boca, mientras mi lengua la devoraba por dentro, hasta alcanzar el último rincón. Su boca pidió a gritos que la soltara. 
Dejé que mi cuerpo se separara de ella, para verla quebrar su espalda en un orgasmo. Una vez que logré sentir que sus piernas no opondrían resistencia, clavarme en ella sin compasión, embestir hasta que se ahogara en sus deseos, y entrar y salir hasta reventar todos mis sentidos, fue un instante. Se enredaro en mi espalda, hasta que corrió mi semen en su interior. Sus piernas aflojaron, me dejé caer a su lado, ella se montó en mi y sello con un beso.
- cuánto te deseaba..... 


Don Juan, el corredor de propiedades

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