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El Código.

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Ponce, mi amigo y su mujer María Paz, son una pareja que conocí en vacaciones, invitado por mi amigo a acompañarlos en una playa al norte de Chile. Él, está casi todo el día concentrado en sus acuarelas por ahí y solo aparece de vez en cuando. María Paz, una escultora de aspecto hippie muy extrovertida, sin mucho tiempo que ocupar y mucho dinero que gastar. Sus familias son del sur, de recursos, empresarios de mucha tradición, acomodados y unas vacaciones con ellos sabía que me harían bien, porque no ponen mucho interés en encontrar ningún tipo de trabajo, pese a lo que dicen. Más bien creo que son gente de dinero jugando a ser bohemios una temporada. Lo puedo ver por cómo se comportan, la ropa que llevan, en su actitud de niños consentidos, bien, despreocupados y con estilo descuidado… Cada día comenzaba dando larguísimos paseos por la playa y desayunando con mucha calma. La mayor parte del tiempo lo pasaba con María Paz, ibamos al taller de teñido de telas, a su cabaña a ver las esc

El secuestro

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La luz se encendió, pero sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse, mientras mis manos subían sus faldas y se deslizaban entre sus piernas, mis dedos se deslizaban dentro de ella. Cuando por fin pudo distinguir algo. Desnudo, atado en una silla, inmóvil, estaba su novio. Tenía la boca amordazada y sus ojos estaban cristalizados de rabia , odio y deseo. La situación le excitaba, y quizás por eso, empezó a sentir el primero de una larga lista de orgasmos mientras miraba a los ojos de su novio atado. Deslice sus bragas por sus piernas hasta dejarlas caer, mientras mis manos rozaban delicadamente su sexo, sin gran esfuerzo fue abriendo las piernas para entregarse a las sensaciones que le causaban mis dedos, jugueteaba con la humedad que emergía desde su interior, su cuerpo vibraba, se estremecía. Cogí su mano, la llevé a mi sexo, mientras bajaba la cremallera de mi pantalón, la erección la estremeció, mientras posaba su mano en él. Acarició cada centímetro de la desconocida piel,

Ansioso ...

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De la nuca a tus senos, hay una distancia de veinte besos; de tus pezones a tu boca una huella de saliva espesa . Suspiras, cuando sigilosa, mi mano se desliza de tu cintura al pubis, apenas rozando un monte espeso, hasta perderse en la humedad de tus piernas. Me empapas el alma con tus cándidos gemidos, y pronto me tienes endulzándome la lengua y el paladar con tu almíbar vaginal. Imitando el aleteo de una mariposa, libando licores primaverales. Me invitas a entrar entre tus piernas. Nuestros cuerpos vestidos de sudor, se anhelan. Morderte y besar el cuello, los hombros, la espalda ; y entre las nalgas, perderme en besos y sabores. Luego apretarme a tus caderas y voltearte para deleitarme con el vello negro color de tu pubis y su interior rubí; Me hacen tirarte hacia la cama, abrirte las piernas, lamerte la vulva y succionar el clítoris. Arde mi sexo hasta fundirme dentro de ti. Me amenazas. Te liberas. Somos más que complicidad; carne y sangre. En cada vaivén de tu pelvis, al estar s

Sonia.

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  A esa edad recuerdo que me masturbaba poniendo una almohada bajo la sabana, me tiraba boca abajo apoyando mi pene contra ella y me movía. No recuerdo si sabía bien sobre agarrar y sacudir, oía a algunos mas grandes en la escuela hablar, pero prefería mi manera.  Mi vecina Sonia, una señora de unos 50 años de edad, con unos pocos kilos demás, siempre que yo salía de mi casa en el cerro con mi mama decía:  - Ay! que grande que esta el chico!- En unos meses mi tía enfermo y mi madre tuvo que ir a cuidarla al hospital y me dejo al cuidado de Sonia.  Ella me hacia la comida, y me dejaba ver la tv hasta que mama volviera. Yo notaba que ella se vestía diferente a mi madre, usaba unas blusas sueltas que dejaban al descubierto sus hombros y el sostén, o blusas un poco ajustadas que marcaban sus senos sin corpiño. Yo la miraba cuando ella no me veía, y enseguida bajaba la vista. Todo era nuevo para mi. Sus conversaciones eran comunes, hasta que me empezó a preguntar por las niñas de mi escuela

El Abismo de Simona.

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Simona levanta su derriére y expone sus nalgas al lento transito de mi excitación; gime, danza en mi cabeza, murmura palabras sucias mientras mi boca muerde delicadamente su oreja. La entrada suave de mi sexo entre sus piernas, crea un abismo del que no se puede regresar. Mis dedos no dejan de resbalar entre sus piernas, gime y sacude su cabeza, mientras sus rodillas buscan la altura que precisa para dejarme entrar. Todo brota desde su alma, los jugos bañan mi piel , la que busca darle espacio a un rose suave que la haga jadear. Mis dedos abren las puertas de su delicado sexo, quién se entrega a mis más oscuros deseos. Embisto, para dejarlo entrar, hasta levantar sus caderas y clavarme, hasta alcanzar su corazón. Balbucea mientras resbalo dentro; animal, brusco y sin sentido, ahogado por la humedad que escapa entre sus piernas... el tiempo parece detenerse sin encontrar el sentido u objetivo que quiere alcanzar, estaba ahí abierta sólo para dejarme entrar. Los movimientos no tiene guía

Septiembre Rojo

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Aun recuerdo cuando tus dedos impacientes, jugaban con los botones de mi pecho mientras enredabas mis vellos , provocando un estallido de lujuria en ese lugar calido y ardiente dónde anido mi deseo. Y cuando las palomas de tus manos inquietas descendían al jardín, buscando tu boca beber la miel de ese empalado tiempo donde se perdían tus labios y tu lengua. Siempre inquieta hasta ahogar la fuerza del deseo, haciendo naufragar mis pensamientos en oleadas de placer y gemidos de pasión, muriendo poco a poco, piel a piel, en el eterno abrazo del deseo. Apoyado en la ventana, mientras me engullías con habido resabio, mientras besabas el sexo erguido que a la deriva se hundía en su promesa... sólo deseaba que siguieras hasta romper la dura repres que me contenía, temblando entre tus dedos, deseando morir sin remedio, soltando el magma que hervía dentro con ganas de llenar tu garganta, de desaparecer entre tus labios sedientos de romper promesas. Mis besos te habían provocado como un juego de

Dos sabores, tres aromas.

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  Divagando siempre entre las piernas de cualquiera, entregado a los panales más dulces. Ahi, entregado a todo, sucubiendo entre temblores, mientras me devoraban como avispas en celo.  Una tarde más. Labios hambrientos queriendo devolver, todos los placeres que ratos les entregaba, mientras las sábanas enredaban nuestros cuerpos. Sudor y humedad empapando todo. El roce de sus labios entregando placeres infernales hasta caer rendido. Sin más calor que el que entraba por la ventana, tibio roce que me lo envolvía todo sin esperar nada a cambio. Copas de vino tiradas sobre la alfombra entregando aún el aroma profundo que nos había embriagado, el sabor intenso que se había pedido entre sus labios. Recorridos tiernos y cálidos sobre la piel endurecida por el habido calor de sus labios. Una boca que se daba tiempo de saborear el cálido sabor que había dejado el vino derramado sobre mi cuerpo. vaivenes sedados por su lengua. Y la saliva que corría por la comisura de sus labios.  Entregado a su