El Código.

Ponce, mi amigo y su mujer María Paz, son una pareja que conocí en vacaciones, invitado por mi amigo a acompañarlos en una playa al norte de Chile. Él, está casi todo el día concentrado en sus acuarelas por ahí y solo aparece de vez en cuando. María Paz, una escultora de aspecto hippie muy extrovertida, sin mucho tiempo que ocupar y mucho dinero que gastar. Sus familias son del sur, de recursos, empresarios de mucha tradición, acomodados y unas vacaciones con ellos sabía que me harían bien, porque no ponen mucho interés en encontrar ningún tipo de trabajo, pese a lo que dicen. Más bien creo que son gente de dinero jugando a ser bohemios una temporada. Lo puedo ver por cómo se comportan, la ropa que llevan, en su actitud de niños consentidos, bien, despreocupados y con estilo descuidado…
Cada día comenzaba dando larguísimos paseos por la playa y desayunando con mucha calma. La mayor parte del tiempo lo pasaba con María Paz, ibamos al taller de teñido de telas, a su cabaña a ver las esculturas que hacía, a merodear por el pueblo y mirar los puestos de artesanos bajando a la playa… A mediodía, picoteamos cualquier cosa. Nos hicimos adictos a la comida natural al paso … luego nos tirábamos en la playa a pasar la tarde relajadamente mientras bebíamos y conversábamos sobre todo y nada. Así hasta que se nos hacía de noche.
En unos pocos días nos dimos cuenta que podríamos ser la mejor pareja de amigos y yo también podría quedarme haciendo esta vida para siempre.
Hay personas que no tocan, que mantienen las distancias y les cuesta establecer relación física con los demás. María Paz es todo lo contrario. Me toca, me abraza, me da besos, me llena de extrañas sensaciones. Imagino que será así con todo el mundo.
Además de las muchas cosas que han resultado que teníamos en común, me gustó de una manera que no sé explicar. Si no me aterrorizara la idea, me apetecía tocarla, incluso acostarme con ella; no solo por ser como era, porque además es guapa.
En vez de desear ser como ella o envidiarla, esta vez la deseaba a ella. Descubrí que me encantaba compartir el cigarrillo o la cerveza con ella y chupar donde ella lo había hecho antes, me veía de repente con la mirada fija en sus senos. Cuando estábamos los dos tumbados tomando el sol, tenía ganas de meterle la mano , dentro de la braga, la que asomaba entre sus piernas semi abiertas cuando jugaba con la arena. No entiendo nada de nada. Ponce era mi mejor amigo, y entre amigos hay un código, acuerdos que se dan sólo entre dos amigos.
Uno de los días después del taller de teñido de telas comíamos en el taller de María Paz. Es una vivienda de pueblo que han alquilado para todo el mes, apenas con una mini cocina con una pequeña mesa, una cama, un armario y algunas estanterías para colocar la ropa, y unas ventanas toscas que dejan entrar la suave luz del sol. El baño es una especie de cobertizo que está a techo descubierto, como casi todos en la zona. Lo mejor es que en la entrada tiene un cercado con un pequeño jardín, muy intimo.
Preparamos el curry de pollo, bebemos entre los dos una botella de vino y María Paz entabla una infantil conversación. Estamos los dos embriagados, alegres y dicharacheros, no paramos de reír. Ponce ha ido a la playa vecina en busca de inspiración, a hablar con algunos hoteles de allí por lo de las exposiciones de arte para los turistas. Hace mucho calor y después de comer estamos abotagados. Lo que más nos apetece es dormir la siesta.
—No durmamos, si no nos quedaremos pegados toda la tarde. ¿Quieres que te haga una escultura, una de las pequeñas como estas? —pregunta señalándome unas figuras de barro que tiene colocadas en una de las estanterías.
—bueno—digo — si quieres…
—Primero tengo que hacer un boceto a lápiz para luego modelar en barro. Yo trabajo así. Necesito que te desnudes y poses para mí una media hora.
María Paz se pone a trajinar entre sus cosas, a buscar el bloc de dibujo, sus lápices, la goma… Mientras tanto yo me voy quitando la ropa. Como estoy algo borracho no me da ninguna vergüenza. Al fin y al cabo es natural estar desnudo , lo hago todo el rato…
—Tienes un cuerpo muy bonito, muy armónico y bien proporcionado —me dice estudiándome con bastante curiosidad.
María Paz, se acerca a la cama y me coloca para poderme dibujar. Me dobla una pierna, cambia el ángulo de mi cabeza sobre el brazo, arregla mis crespos canosos. Cuando lo hace no puedo evitar sentir un hormigueo y notar cierta expectación. Hay momentos que ya antes de que empiecen quieres que duren mucho tiempo, momentos en los que te relames pensando en lo que va a pasar, en lo que podría pasar… este es uno de esos momentos.
—Estás muy guapo —me dice sonriendo—. Ya verás qué bien va a quedar. Después te regalaré el boceto y la escultura.
María Paz empieza a trabajar. Me encanta verla concentrada en la hoja, en el lápiz y en mí… es una sensación muy agradable y diría que perturbadora. La veo más guapa y atractiva que nunca, con el tirante del vestido resbalando descuidadamente de su hombro, absorta en su dibujo, con su melena negra recogida de cualquier forma en un moño desordenado, fumando un cigarrillo…
Cuando me observa para hacer el dibujo, sé que no me mira a mí. Soy líneas y formas, algo así como un frutero… una forma. De vez en cuando se queda mirando mi cara y nuestros ojos se encuentran. Entonces aparta la mirada y la vuelve a concentrar en el bloc.
—¿Siempre te quitas el pelo de ahí abajo? —me pregunta con curiosidad—. Yo lo llevo distinto.
Me pregunto cómo es «distinto». Solo pensar en ello hace que me excite al momento…
—Antes iba de cualquier forma, empecé a hacerlo cuando me separé. Una amiga me dijo que si no me depilaba entera, nadie querría comerme el coño.
— Yo te lo comería con pelos y sin pelos — Después se da cuenta de lo que he dicho y me mira sonriendo.
—¿Te puedo preguntar algo sobre lo que tengo curiosidad?...¿Cómo haces el sexo oral cuando te acuestas con chicas?, ¿de la misma manera en la que te gusta que te lo hagan a ti?
—No, para nada. Lo hago como supongo que le va a gustar a ella, con la que me acuesto. Nunca igual. Es lo mismo que las mamadas, con cada persona es distinto. ¿O tú las haces todas iguales?
—Yo creo que sí, que las hago bastante iguales —
La conversación me está poniendo cada vez más nervioso…
—Tengo un calor de muerte —me dice —. No te importará que me quite esto, ¿no? Estoy sudando como un pollo y se me pega la ropa al cuerpo con esta humedad.
Se desprende entonces de su vestido exhibiendo su esplendoroso cuerpo, y al hacerlo se le suelta también el moño y la lustrosa melena cae como una cascada sobre sus hombros. No lleva ropa interior. No puedo evitar quedarme embobado mirándola. Me tiene hipnotizado de lo guapa. Se levanta y viene hacia mí de nuevo moviendo las caderas indolentemente y entonces me fijo en su monte de venus. Lo lleva depilado y arreglado, pero se ha dejado algo de pelo en el centro. También lleva un piercing. Me da un escalofrío en cuanto lo veo… Cuando se acerca, su sexo me queda justamente a la altura de la vista y siento el impulso de hundir mi lengua ahí dentro. Ya ni siquiera me pregunto si es normal o no, si seré capaz de cumplir los códigos… Ya,  eso lo pensaré mañana. 
Me coloca de nuevo como ella quiere y, al hacerlo, pasa su mano un momento por mis caderas, como retirándome una mota de polvo, es solo un instante, suficiente para que los dos nos miremos de una forma que ya no deja lugar a dudas. Ella, que sabe como está, me lo pone fácil , dando el primer paso.
Se tumba de lado frente a mí y me empieza a acariciar la cara, el pelo… después me besa. No puedo evitar un ligero temblor. Como cuando lo hice por primera vez , noto su pequeña y húmeda lengua dentro de mi boca y el tacto suavísimo de sus labios en los míos, su aliento perfumado, que huele ligeramente a vino y a tabaco… Se pega a mi cuerpo y noto sus senos contra mi pecho, nuestras piernas y manos se entrelazan al mismo tiempo. Me lanzo a morder su cuello abandonando mi timidez y no puedo evitar que mis manos se dirijan a sus preciosas y coronadas estructuras. Después, mi lengua explora sus areolas, grandes y oscuras y sus pezones que ya están como piedras. Noto su respiración agitada, su boca entreabierta. Me parece que ella también está muy caliente. El calor abrasador de la habitación, lejos de separar nuestros cuerpos, los une todavía más y hace que estén resbaladizos del sudor. María Paz desliza su boca por mi cuerpo, mordisqueando despacio mis pezones. La habitación se va llenando poco a poco de gemidos, jadeos y murmullos. De repente todo cobra otro ritmo y se vuelve más salvaje, más apasionado. Ella me tumba súbitamente de espaldas y se deja caer sobre mí mientras me muerde la nuca y apenas puedo moverme bajo de su cuerpo. Siento su melena en mi espalda… me hace cosquillas.
—¿No notas la humedad de mi coño encima de ti?. ¿Has visto lo excitada que me has puesto?. Deseo esto desde la primera vez que te vi, incluso sin saber aún que vendrías con nosotros a estas vacaciones, había fichado de antes, ¿sabes? El día que nos conocimos te vi paseando por los corredores de su casa y pensé que eras un bombón.
—Yo sí que quiero hacer esto… y ahora mismo — mientras, aún encima de mí, su mano busca hueco hasta poder empuñar mi sexo por delante. Arqueo entonces mis caderas y levanto ligeramente para facilitarle la tarea al tiempo que me muevo arriba. Su mano se mueve ágil entre mis piernas y hace que me muera de placer, por lo que me está haciendo y por lo que me pone la situación. Nunca pensé que me excitaría tanto …
Mientras no para de susurrarme, su mano se mueve más y más rápido con el ritmo perfecto y la presión justa. Mis gemidos, cada vez más intensos, indican que mi orgasmo ya es inminente. Cuando se da cuenta, se aparta, me da la vuelta y empieza a frotarse encima de mí, su clítoris frotando mi miembro; el placer se incrementa aún más con el roce de su piercing… me sigue masturbando, muy deprisa. Todo es frenético. Me corro intensamente levantando algo el tronco para verla hacer todo eso. Durante mi orgasmo, las dos nos miramos. Yo gimo y ella también lo hace, como acompañándome en el placer.
—Yo también quiero que me hagas correr —dice sentándose en el borde de la cama, abriendo sus piernas para mí y guiando mi cabeza—. Cómeme el coño, por favor. Haz que me muera de placer.- Empiezo a hacerlo con delicadeza, recorriendo su sexo con mi lengua hasta llegar a su clítoris, que noto ya hinchado. Está muy excitada y no para de hablar.
—Cómelo, devórame entera —va repitiendo entre jadeos. Empiezo a hacer movimientos con la cabeza que la hacen estremecerse aún más. Separo sus labios con cuidado y muevo mi cabeza a un lado y a otro. Cuando veo por sus gemidos y el movimiento de sus caderas que se va a correr, paso la lengua en círculos. Ella me hunde la cabeza fuerte entre sus piernas y noto la descarga eléctrica de su orgasmo al tiempo que todos sus líquidos llenan mi boca.
Su lengua juguetea explorando mi sexo, apenas puedo concentrarme en lo que yo le estoy haciendo a ella, pero lo intento hasta que finalmente nos corremos los dos casi a la vez. Yo antes que ella. Cuando nos besamos, los sabores de nuestros sexos se intercambian y se convierten en uno solo. Después nos quedamos dormidos, desnudos y abrazados encima de la cama revuelta.
Nos despertamos de golpe con el ruido de la puerta. Es Ponce, que vuelve con su caja de acuarelas y sus cuadernos bajo el brazo…

Comentarios

Albada Dos ha dicho que…
Erotismo en carne viva, muy chulo y elegante.

Un abrazo, y pobre Ponce :-)
Recomenzar ha dicho que…
Me gusta
escribes bien la realidad que vives
o te gustaria vivir

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