Erecto.
Sujetó mis muslos abriéndolos. Cada vez que gemía, me mordía suavemente. Se acercaba a mi sexo, noté su lengua tibia sobre el glande… La corrida era inminente. Apreté mis labios para no alertarle, sumido en el más intenso de los placeres. Ella se detuvo momentáneamente, pero no despegó sus labios, lo presentía tras mi silencio, mis ojos ceados y el gesto dibujado en mi rosto. Tuve que apartar su cabeza porque, mientras recuperaba el aire, ella volvía a lamer como si la vida se fuera. Volvía a detenerse. Se giró sobre mis caderas, terminando de tirar todo lo que restaba del escritorio, hasta que un perfecto 69. La cabeza entre sus muslos y mi lengua apasionadamente jugando con su vulva, enredándose mi lengua entre sus vellos, intensificaban su excitación demorando el instante en el que alcanzaría su delicada cabeza sexual. Sin dejar lugar a réplica, se giró sobre la espalda y comenzó a cabalgarme. Se rozaba enérgicamente, hasta el punto de lastimar si pubis con el suyo. Nadie