La miraba mientras sus dedos buscaban con afan bajo los encajes. La humedad empezaba a florecer en la delicada tela de seda que cubría el tesoro depilado delicadamente. Me detuve para no molestar, mientras bajo mi pantalón despertaba el adormecido animal que se había mantenido inactivo por muchos días. Su vientre serpenteaba libre y mojado, sus labios susurraban ligeros gemidos, y por sus comisuras, corría un hilo de saliva que serpenteaba por su cuello. Desaté el cinturón, y bajé los pantalones en silencio. Sabía que arriesgaba mucho en esa acción temeraria, nos conocíamos, pero nunca para intimar, sólo era su corredor, y ella aunque coqueteaba cada vez que nos juntábamos a ver una casa, nunca habría sugerido nada. No me detuve, y sin pensar el riesgo que corría, entré desnudo en el cuarto. Sus manos se detuvieron, y sin salir de la pequeña prenda, y con los dedos aún ahí, me miró a los ojos. Sus labios no dijeron palabra alguna, y como el silencio otorga, me acerqué a ella, abrí s