Choque de Caireles. (relato de jueves. "Pricipio sugerido")

"Tembló el suelo y vio como la lámpara se movía haciendo chocar unos con otros los delicados caireles de cristal."
Cuando nos encontramos, una violencia, que la razón no entiende, deja de controlar, anima nuestras almas, ya esos sexos, tienden al estallido y súbitamente, emerge la excitación en nuestros corazones trémulos, invitándonos a dejarse llevar por la tormenta en nuestras cabezas. El movimiento de la carne excede un límite en ausencia de la voluntad. La carne es en nosotros, ese exceso que se opone a la ley de la decencia. A esa voluntad reflexiva, la suceden los movimientos animales de esos órganos hinchados de sangre.
La levante contra la pared, tirando al piso unos cuadros y fui ubicándola con una rara y maniática precisión, hasta que di con la altura que buscaba. Después de quedarme quieto un segundo, la penetre con una única, larga y lenta embestida. Ella, como muerta, se dejó hacer. La cogí con la paciencia de un orfebre, las mismas que había invertido a lo largo de los últimos meses en ser su sombra y protegerla del mundo. Me la cogí con brutalidad, con un sentido demente del detalle, atento a las menores señales que encontraba mientras exploraba el interior de su cuerpo, como una serpiente. Me la cogí para que nunca lo olvidara, para hacerla mía. Y cuando pegó unos corcoveos y acabó,  con los ojos clavados en las molduras del cielo raso, me hice a un lado, pero la mantuve enlazada con un brazo, muy consciente, del alivio que le proporcionaría al liberarla, pero también del desamparo que experimentaría  después del orgasmo, cuando la satisfacción devuelve los cuerpos a la soledad.
Volvió y se recostó boca abajo sobre la mesa; tironeó de su prenda íntima, liberando la entrada a su sexo,  aferrándose a los bordes de la mesa con las manos, como una náufraga en una balsa. Empezó a temblar y a sacudirse, golpeando con el pecho la superficie de madera.  Gimió entre dientes:
- "adentro, ya, métemela". - Me acerque y me apoye tímidamente sobre sus nalgas, y se frotó contra mi, buscando la dureza, y fuera de sí, Acarició mis testículos bruscamente, sacudiendo mi sexo una y otra vez.
- "Hazlo"-, gritó, mientras su mano palpaba el aire desesperada. -"lléname ya, o te mato,.-
Mis dedos se perdieron en su sexo, oyéndola  lanzar un gemido largo de placer y de asombro; Sentí, como se contraía en un espasmo, electrizada por la fuerza extraña que acababa de entrar en ella, y luego, quizá, para evitar el dolor, para hacer durar el deleite, empezó a moverse con extremada lentitud, tragando y devolviendo mi mano rítmicamente. 
Me quede quieto, ligeramente inclinado sobre su cuerpo, sujetando con una mano firme. Tentado por la profundidad, empuje su pubis al borde de la mesa, y me coloque tras de ella esperando que volviera a empujar sus nalgas y caderas, de modo que, después de frotarse con furia, cuando retrocediera de nuevo, me hundiera entre sus carnosos glúteos recuperando la erección palpitante, hasta tocar fondo, tras su intenso orgasmo, sintiendo la pulsión de la muerte.
Al volver del éxtasis, mi cuerpo y el de ella, estaban ahí, marcando límites o invitando a borrarlos, prometiendo encuentros y fusiones, imponiendo necesidades, abriendo o clausurando los deseos, la dimensión del placer. 
Mientras, nuestros pechos no dejan de pulsar rendidos en el suelo, queriendo recuperar el aliento.

Juan de Marco

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Comentarios

ɱağ ha dicho que…
Con la delicadeza,sabiduría y seguridad de un maestro que tiene el gozo y el deseo entre sus manos y en el fondo de sus entrañas.
Un beso enorme.
Albada Dos ha dicho que…
Nada como saber hacer las cosas para que salgan bien.

Un abrazo

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