Más allá del pudor.

Llevábamos semanas discutiendo a distancia, hasta que ya no quedaron motivos, nos cubrió el silencio, y un vacío en el que no terminábamos de caer. Luego, un correo tan simple como un "te deseo".
Se cerraron las nubes en un atardecer rojo oscuro, donde pronosticaba la mas ardiente de las tempestades.
Tomé mi coche, nunca pedí un salvo conducto que me permitiera salir de esa cuarentena obligatoria, la pandemia cobraba el precio de lo que parecía una cadena perpetua.
Corrí sin detenerme ni pensar, sin documentos, sin mascarilla y con sólo una idea en mi cabeza, coger. COGER... Coger sin pudor, sin hablar ni una palabra, sin explicaciones que nos robaran el poco tiempo que tendríamos. Nunca respondí el bendito correo, sólo tomé el auto y corrí a ella.
Al llegar toque la campana y ella salió con su rostro desencajado, sorprendida por el toro que entraba desbocado por su puerta, y sin decir nada , la fundió en un beso sin explicaciones. Su corazón paralizado, empezaba a pulsar fuerte, mientras respondía a mis besos sin decir nada. Mis manos hicieron que la hoguera se encendiera rápidamente en sus mejillas, mientras la humedad en su entrepierna empezaba a mojarlo todo. 
La ropa fue cayendo desde el pasillo hasta que caímos en su cama, donde terminé de desnudarle y me deje caer sobre su espalda, que por el peso se dejo atrapar entre las sábanas. Mi boca se dejó llevar, y todas los pecados se fueron a mi cabeza. 
Ante mis ojos, ella de piernas abiertas y el deseo dibujado en la braga húmeda de deseo.
Las bajé con tanta prisa que no alcance a sacarla y me enterré en su sexo. Ella, sujeta de los muros empujaba su sexo a mi boca, gemía y jadeaba hasta agarrarse a las sabanas. Entonces me perdí, ciego de deseo , mordí sus nalgas hasta que sus piernas se terminaron de liberar de la delicada prenda que le ataba. Al verse liberadas , se separaron para dejar todo el universo a mis caprichos.
Mordí y golpié con rabia excitado por lo poco pudoroso del paisaje abierto a mis ojos. Hasta que recordé que el rincón del diablo escondía tremendos secretos que alguna vez había develado. Ese rincón oscuro y fuente de los deseos de los más lujuriosos y excitantes pensamientos. 
Separé sus nalgas dejando que mi lengua la hiciera arder hasta perder la razón y porqué no decirlo, entrar en el más encendido infierno.
Bese hasta que ella rogó que saliera de ahí, y sin hacer juicio, dejé que mi lengua le rodeara, pasando suavemente por su rugosa textura, hasta hacerla tragar todos sus ruegos , que sin pudor , ahora se entregaban al juego más sucio, pero excitante que una mujer pueda entregar.
La tarde de invierno caía tras las cortinas, donde ya el ver, se hacía trabajoso, pero el sentir, emocionante.
Todo se volvió un silente gemido que se iba apagando con la luz. Mis dedos entraban por su sexo acompañando el juego de mi boca entre sus nalgas. El rodeo de mi lengua sobre la delicada textura, hacía que los jadeos se ahogaran entre delicados chillidos de placer. La intensidad , hacia que al apoyarse en el muro, la cama se desplazara dentro de la habitación, su cuerpo agitado, se movía e imploraba seguir, había instantes en que la soltaba , mientras su caderas y cintura temblaban y se movían sin control, su respiración alterada , no le dejaba salir palabra. Una segunda arremetida de mi lengua sobre su piel la hizo quebrarse jadeando entre gritos ahogados , entonces me levante para
enterrarme dentro de ella  y dejar que mis caderas empujaran mi sexo, penetrando sin pudor , envistieran hasta sentir que su silencio y gemidos quedaran congelados dentro de la habitación. Un ultimo grito emergió entre sus labios, mientras soltaba todo dentro de ella, mientras mantenía la presión sobre su espalda,  que  cedió para entregarse al gozo de sentir como me disolvía dentro de ella.
Quedamos amarrados en el placer de un delicado y cadencioso movimiento, como entregándonos al placer de sentir y estar,  mientras entraba y salía , disfrutando ambos de sentirse poseer y poseído en el más exquisito de los placeres, el de someter y someterse ante el placer del otro, suspendidos en el ser y gozar , sin pudor ni asco alguno.
En silencio, nos vestimos mirándonos uno al otro como cómplices , amantes y dichosos de interpretarnos. Luego un apasionado beso de despedida, guardando el silencio, y dejando para después nuestras desavenencias, para que nada de lo que habíamos hecho se perdiera en ese mágico y exquisito momento.

Juan de Marco, más allá del pudor.


Comentarios

María ha dicho que…
Uhmmm que excitante tu relato. Me gusta tu manera de narrarlo.

Beso.

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